Entradas

Mostrando las entradas de agosto, 2017

¡Adiós! ¡Adiós! Pupitre

Imagen
Pupitre era un banco muy engreído. Aquel día, sin embargo, estaba triste y lloroso. Ese sería su último día en clase. Los chicos, que le vieron tan desanimado, prepararon en seguida una amistosa despedida. Pizarra le dedicó su mejor color. Tiza le dibujó una graciosa caricatura. Regla le besó cariñosamente en la mejilla. Los muchachos quisieron que se quede. María Carmen, en nombre de las chicas, le regaló una rosa. Y Marta, la profesora, le llenó de mimos. Pupitre se sintió arrepentido y pidió perdón. —No te preocupes, le dijeron. Hace rato que te habíamos perdonado de corazón. Iván González , c1987 (CC BY-NC-SA). Publicado en  Eirete: libro de lectura 3 , Fundación En Alianza, Asunción, 1995, pág. 161.

Carrera por kurtu

Imagen
Ilustración de Robert Báez La casa de la bisabuela Rosa, donde viví con mi madre hasta terminar el tercer grado de primaria, quedaba poco antes de la última curva del camino vecinal que conduce al centro de Yukyty, compañía de Nueva Italia. El tío Pablo, hijo de la bisabuela, vivía unos quinientos metros antes. Justo entre sus casas, había una recta, donde los más pequeños solíamos jugar partidís , carreras y otros juegos.      Una tarde, mis primos mayores, Miguelí y Tito, nos hicieron la liga a Nino y a mí, que teníamos entre siete y ocho años, para jugar una carrera por kurtu , que eran las figuritas con retratos de futbolistas de la época que coleccionábamos en nuestras kurtureras . Nos convencieron de que apostáramos toda nuestra colección para quien gane una carrera de unos cien metros; ellos harían lo mismo entre sí. Los otros niños que nos acompañaban hicieron corro y nos dispusimos a correr.      Se marcó la salida hacia la casa de la bisabuela; y la meta, hacía la del

Carrera de barcos en el Mburikao

Imagen
A inicios de los años 70, nuestro juego preferido en las calurosas siestas de verano era la carrera de barcos en el Mburikao. Formando canales y correntadas en un lecho duro, el arroyo corría en este trayecto detrás del entonces Hospital Juan Max Boettner —en un pedacito del barrio Santo Domingo, de Trinidad, en Asunción.      Mi abuelo materno era el carpintero del barrio y trabajaba en un galpón detrás de la casa en la que convivía nuestra familia. En aquellos tiempos, los retazos de madera que le sobraban eran míos. Afanándome, con dos o tres de esos retazos construí lo que yo llamaba «mi barco Carabela», relacionándolo con los de Colón.      Hacía rato que deseaba ganar en la carrera de barcos, siempre dominada por alguno de los Medina, Nelson o Fernando, y, entre otras cosas por las que los admirábamos, los más pillos del vecindario.      Aquella siesta inolvidable, salí con mi barquito Carabela y fui a incitar la carrera de barcos. Casa por casa, junté al rato a mis amigos: